Le vino a la mente mientras terminaba de ducharse: "Entre bromas y veras".
La tarde anterior se había frustrado en un ir y venir de polémicas y un revolver de reproches y enconos no superados. Y ahora, otra vez, rondaba su cabeza aquella posibilidad, en apariencia fantástica, quizá algo descabellada, que "entre bromas y veras" no dejaba de tomar cuerpo, por remota que pudiese parecer.
Porque aquellos que lo conocían, o creían conocerlo, de seguro habrían descartado que, en la recta final (y salvado el reciente y desestabilizador escollo), pudiera ser aquello un destino probable.
Y lo cierto es que, a despecho de las etiquetas que a todos nos colocan, había sido más cercano al buen vividor bajo una mala capa que a los gallitos ufanos de discoteca que se comían una y contaban veinte.
Así que, contra todo pronóstico, ahora pasea por la casa, cubierto con una capucha, aunque deportiva, ya algo premonitoria y portando una vela encendida sobre un soporte antiguo de hierro castellano.
¿Silos?
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