La contracción sutil en
que convergen
– apenas un dolor, con leve trazo –
tus cejas,
tu mirada de agua en la
que tiembla
una tristeza que quizá me
engaña;
tus rizos de ángel, tu
luz extratóxica
de ninfa o náyade gentil,
iridiscente.
La no sonrisa que casi
desmiente
el espejismo que ahora
mismo escribo
y siento y quedará
a años luz de distancia,
de incomprensión, de
sueños no alcanzados,
Golino.
Tu inevitable
metamorfosis en flor,
preferentemente orquídea…
(El Hipocampo, algo dado a tenues aunque reiterados desvaríos, padece un
ilusorio y ancestral friso de medusas. De vez en cuando, hilvana palabras a
modo de conjuro, o como para soltar algo de todo ese lastre gravosísimo, y a sabiendas
de la imprudencia con la que está derrochando las hermosas y ya no abundantes corcheas
de su tiempo.)
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