Durante algunos años creímos que las naves
interplanetarias más bonitas que nos había suministrado el cine eran las de
“Encuentros en la tercera fase”, memorable y encantadora de suyo.
Claro es que luego las cosas se han desmadrado muchísimo.
Y ayer acudimos a la recién estrenada “El destino de
Júpiter” que riza todos los rizos de la espectacularidad, las naves impensables
y los efectos especiales y que, por ello, puede que merezca la pena, si dejamos
de lado naturalmente el argumentito débil y confuso que suele acompañar a las
películas de ese género.
Ni Gaudí ni Dalí, con todo mi insobornable respeto e
ilimitada admiración hacia ellos, habrían imaginado con facilidad los delirios
extremos que nuestros tecnológicos creativos van desarrollando.
Tan asombroso es el film que en estas fechas sólo lo
supera la frescura de las gasolineras con su urgente y cínica rapiña y el pasmo
de esa señora que se cree que apoya a su alcalde/consorte en Mijas con esa
versión esperpéntica y vertiginosa de una canción del Dúo Dinámico que ya por
su cuenta demasiado se inspiraba en el “I will survive” de Gloria Gaynor,
culminando los sucesivos eslabones de nuestra acongojada estupefacción.
En España se dan casos de personas muy “especialitas”: me
estoy acordando de la señora aquella que “restauraba” una imagen sagrada con un
inédito procedimiento de emborronado febril; del pequeño Nicolás, con sus
rocambolescos periplos. En otro orden de cosas, menos espirituales, contamos
con el señorío y el insuperable garbo de Artur Mas y de Chabelita.
Habría que compilar un catálogo, construir un museo, no
sé…
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