Con la inercia torpe de una burda fotocopia, Maduro
remeda y prosigue los desvaríos, las mañas revolucionarias y los despropósitos
de su antecesor quien no encontró nada más como “heredero”. Y con el mando así
traspasado, este desaforado y asombroso gobernante, hechura de aquél, va
llevando a su nación, de por sí rica en recursos, abundante y feraz, cada vez
más lejos por el camino de una extrema y paradójica ruina, mientras se envuelve
en los colores de su bandera y vocifera soflamas en las que, en plena paranoia,
denuncia imaginarias conspiraciones internacionales contra esa política suya
que tan desastrosas consecuencias está evidenciando.
Sudamérica es con frecuencia tierra de excesos: su
historia está sembrada de ellos, y acaso jamás se lleve bien con cualquier tipo
de moderación. Pero nos llena de estupor
e insatisfacción que en nuestro mapa ibérico puedan surgir, de entre las
nutridas filas de nuestras “generaciones estupendamente – y presuntamente –
preparadas”, adoradores y émulos de aquel descomunal disparate cuyo contagio es
lo que de ningún modo necesitamos.
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