Extendido se ha, entre las unánimes mesnadas, esta suerte
de mantra o acuerdo, cuyo consenso ya les gustaría obtener a nuestros
desafinados y vociferantes “líderes”.
Como las vidas de los seres humanos (las “seras humanas”
no serviría, ¿verdad?) trazan tramas entrecruzadas, tropiezan en tropel y
trenzan trasuntos transitorios; o bien trasiegan con trastornos tristes que,
con fortuna, devienen triunfales…
de tales coincidencias, paralelismos y divergencias, se
sigue que ahora la célebre expedición matinal ha visto reducido su elenco,
quedando como sola muestra (ojalá duradera) el promotor original.
En dicho lance, apenas distraída por el rumor del agua y
el ruido de esos tubos con los que operarios admirables soplan polvo, arena y
diversas suciedades de un lado a otro, con espectacular y acaso vana
insistencia, la mente…
la mente (en blanco, como el libro de los gustos,
amarillo stabilo, azul “fuerte bonito” o verde veronés) divaga, que es lo suyo,
y añadirá a “quien mueve las piernas,
mueve el corazón” que también mueve los brazos, las nalgas, los párpados y,
los días de viento, la melena y el frondoso y oriental mostacho.
Y que, en alguna lectura alternativa:
Quien mueve las piernas, consigue una mezcla llamativa de
agujetas y taquicardias.
¡Guay del parapenten!
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