Así que Ud. se persona en las dos sedes de las empresas a
las que nos referíamos ayer y se encuentra sin sorpresa, porque ya se lo
imaginaba/temía, a los dos correspondientes oficinistas de mediano y aun
borroso grado en el escalafón, los cuales, tras mucho divagar con sintaxis y
prosodia defectuosas, procuran, en tanto en cuanto que representan a sus organizaciones,
culparse entre sí, recíprocamente, el uno al otro (¿queda claro?) en la
responsabilidad de lo que es una negligencia o una ignorancia en el manejo de
los “cacharritos” sagrados con los que, después de gastos millonarios e
inversiones sin precedentes, todo iba a quedar informatizado y, por así decir,
revestido con la resplandeciente cota de malla que llaman INFALIBILIDAD.
Ud. los mira de hito en hito, sopesando la escasez de
vergüenza que puede habitar entre burócratas y termina señalándoles lo
inaceptable de sus balbuceos y el carácter de suceso UFO, propio de Cuarto
Milenio, que barniza toda la situación.
Una vez remendada ésta, Ud., ya algo despechado y
frustrado, se consuela compartiendo con su chica un cumplido desayuno en el que
intervienen el jamón ibérico y la zurrapa de lomo entre otras armonías.
Siente en lo más hondo de su corazón un indomable latido
de rebeldía ante la ardua mediocridad que nos acosa. Así pues, decide regresar
a los miradores de la playa, quitando antes la capota al “roadster” plata
metalizado.
Si el Álamo no se rendía…
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