Me viene sorprendiendo, y de chocante modo, la llamativa
lentitud en el comportamiento del “Plegablito”.
Cuando lo he consultado con mi especialista/asesora,
vengo a saber que la causa probabilísima, por no decir única, es que tengo
algún vecino/veraneante adosado que parasita mi línea para Internet,
ahorrándose así una solicitud, una cuota y una factura propias.
Sostengo que para robar, en cualquiera de sus modalidades,
también convendría tener estilo. Que el valor, o el precio, de lo choriceado
tuviese al menos un tamaño tan deslumbrante que supusiera una tentación de
fuste, mínimamente comprensible.
Ser miserable como una rata, rapiñar sobras, virutas,
desechos, deleznable e infame calderilla, ya califica a quien lo hace.
Es evidente la epidemia de “mangue” y corrupción que nos
asola. Y que, desde las esferas e instancias de mayor relieve, se nos da un
cochambroso y apestoso ejemplo. Pero eso no es suficiente pretexto para que
cada ciudadano, por más mierdoso que sea, haga caso omiso de la conciencia, por
embotada que la tenga; de la vergüenza, por poco de moda que se haya puesto.
Necesitamos un repaso. Un baño de la más radical lejía y
un fortísimo centrifugado.
Porque España no se merece que su gente se esté volviendo
tan bajuna.
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