A las once de la mañana se pone en marcha la megafonía
que cada año instalan.
Y la voz de un paisano, o una paisana, lee un texto de
parte de la Consejería o el Ayuntamiento o la Junta o la Delegación o el
Salvamento Marítimo y la Cruz Roja y el copón de la baraja, en el que, tras
varios datos sobre las banderas azules y la merecida calificación por el
organismo competente, vienen cívicas recomendaciones y agradecimientos para los
usuarios y turistas/bañistas por su prevista colaboración en el cuidado y
mantenimiento de la cosa.
Luego, con encomiable desparpajo, la voz de ese pequeño
gran hermano “se viene arriba” y se diría que repite todo, o lo mejor, del
parlamento en una especie de inglés tan apurado, dificultoso y tropezador hasta
los estertores, que no parece fácil que lo entiendan los hipotéticos
destinatarios.
Esto podría suplirse con una grabación correctísima
encargada a un especialista o a un angloparlante genuino. Pero no.
Aunque si bien se mira, superado el bochorno que a más de
cuatro nos producen las chapuzas, es admirable lo valeroso del empeño, el lado
romántico y aventurero, el aura quijotesca que rodea a estos probos empleados
cuando acometen sin un pestañeo a tan desaforado y soberbio molino de viento.
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