Con la maestría de un más que demostrado oficio y la sobriedad sabia que caracterizan al Sr. Eastwood, la cinta que se proyecta ahora (la del Tren a París), es un ejemplo de cómo hacer cine prescindiendo de alharacas, de efectos especiales y de oropeles al uso, o sea controlando eficacias y artesanías de primera división.
Unas referencias, unos trazos sencillos y suficientes nos cuentan que hay personas normales, corrientes que, enfrentadas a situaciones de peligroso compromiso, nada improbables en estos tiempos, son capaces de reaccionar con el decente comportamiento que todavía queda.
Eso, y el deliberado tono bajo de turismo gregario, de unos usos simplones, adocenados incluso, reservan y preparan el contraste del entrevero en la escena intensa contra el terrorista del tren.
Me ha parecido ver a Mr. Clint en un plano breve, casi instantáneo, intercalado en el desfile final; quizá en otro, de espalda, entre los viajeros de los andenes. De ser así, oportuno guiño familiar, detalle socarrón de este ex-legendario pistolero, detective, etc. que por suerte acumula ya una larga, fecunda y viril trayectoria, un indiscutible "sello de la su casa". Enhorabuena.
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