Como neófitos que consultaran con fervor las sacras escrituras de sus ritos. Como adictos que su destino indagan en un privado y místico tarot, timador como todos.
Abducidos por la luz fría y brillante de las pequeñas pantallas, ensimismados y absortos en el insistente repaso febril de la infinita andanada de frivolidades que entre sí se envían, incansables; en la curiosidad cotilla de noticias seguramente aplazables, probablemente inútiles, compulsivamente extendidas a través de la "red" arcana y ominosa, indiscreta invasora o propagadora de los detalles más nimios y personales de nuestras vidas, que tan tumultuosamente son zarandeados.
Vedlos por doquier, clónicos mutantes de la postvanguardia, varios en edades y pelajes, consumidos a una por la vertiginosa y omnipresente decadencia, por la hipnosis colectiva de los telefonitos, llenando las esperas en el cine, en la consulta del médico, en el banco hipotecario, en los populosos autobuses, perdiendo por grados la fonética y la poca facultad de conversación interesante que les quedaba...
¡Qué modernoz que zemoz!
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