miércoles, 29 de abril de 2015

Esnobismo o antojo



de sus padres que fuera a la hora de elegir un nombre para ella, el caso es que le quedaba demasiado francés, si había que adaptarlo a aquella grupa, a aquel color de piel, a aquel cabello recio de cimarrona, de quién sabe qué cocktail de razas entremezcladas.
A la salida del hotel que había al lado de la que era mi casa, un cruce de miradas con suave desafío, un comentario, cosa insólita, y mínimamente audaz de mi parte, y, de la suya, la gracia que dijo hacerle la sal y pimienta de mi pelo y mi barba.
La tardenoche siguiente subió a mi piso; y la siguiente. Para desvanecerse luego en una definitiva, inexplicable, innecesaria huída o regreso a sus quizá comprometidos lares.
Yo ya llevaba muchos años de mi entonces todavía joven vida, consolándome las nostalgias de los abandonos con canciones que escribía, como ésta (en la tonalidad de fa mayor), inédita hasta ahora que el Hipocampo la estrena:

Después de que te fuiste, tomé una ducha breve
y un cubalibre más; desde la galería,
con una luna grande, amarillenta y baja
y un brillo de luceros de fina joyería.
(Tu piel, neta y oscura, de sabor ancestral,
debajo de la mía, urbana y cerebral…)

Que tengas buen viaje de Madrid a Nueva York;
ni a ti ni a mí nos gusta el protocolo.
Rimando los recuerdos y mimado por el ron,
hay noches que me siento menos solo.

Tu cuerpo generoso y fuerte y decidido,
opuesto al sigiloso y hábil tacto del mío.
Vencidos los deseos, me acuerdo del piano.
la despedida, corta: nos besamos las manos…
La última sonrisa: adiós, que tengas suerte;
dormiré casi bien, pese al calor tan fuerte…

Que tengas buen viaje…

(Nota del Hipocampo: el relato parece verídico. Todo apunta a un suceso que pudiera haber ocurrido en cierta ajetreada década sentimental que casi arrebató al autor tal como en las Escrituras se afirma del carro de fuego o torbellino, con el profeta Elías.)

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