de sus padres que fuera a la hora de elegir un nombre
para ella, el caso es que le quedaba demasiado francés, si había que adaptarlo
a aquella grupa, a aquel color de piel, a aquel cabello recio de cimarrona, de
quién sabe qué cocktail de razas entremezcladas.
A la salida del hotel que había al lado de la que era mi
casa, un cruce de miradas con suave desafío, un comentario, cosa insólita, y
mínimamente audaz de mi parte, y, de la suya, la gracia que dijo hacerle la sal y pimienta de mi pelo y mi barba.
La tardenoche siguiente subió a mi piso; y la siguiente.
Para desvanecerse luego en una definitiva, inexplicable, innecesaria huída o
regreso a sus quizá comprometidos lares.
Yo ya llevaba muchos años de mi entonces todavía joven
vida, consolándome las nostalgias de los abandonos con canciones que escribía,
como ésta (en la tonalidad de fa mayor), inédita hasta ahora que el Hipocampo
la estrena:
Después
de que te fuiste, tomé una ducha breve
y un
cubalibre más; desde la galería,
con
una luna grande, amarillenta y baja
y un
brillo de luceros de fina joyería.
(Tu
piel, neta y oscura, de sabor ancestral,
debajo
de la mía, urbana y cerebral…)
Que
tengas buen viaje de Madrid a Nueva York;
ni a
ti ni a mí nos gusta el protocolo.
Rimando
los recuerdos y mimado por el ron,
hay
noches que me siento menos solo.
Tu
cuerpo generoso y fuerte y decidido,
opuesto
al sigiloso y hábil tacto del mío.
Vencidos
los deseos, me acuerdo del piano.
la
despedida, corta: nos besamos las manos…
La
última sonrisa: adiós, que tengas suerte;
dormiré
casi bien, pese al calor tan fuerte…
Que
tengas buen viaje…
(Nota del Hipocampo: el relato parece verídico. Todo
apunta a un suceso que pudiera haber ocurrido en cierta ajetreada década
sentimental que casi arrebató al autor tal como en las Escrituras se afirma del
carro de fuego o torbellino, con el profeta Elías.)
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