La huella parecía escueta pero duradera, estable.
La coincidencia posterior, reveladora.
Quintero, con el modo parsimonioso y trufado de
intenciones que marca su estilo, en uno de los “Ratones Coloraos” preguntaba a
un veterano cantaor sobre distintos
asuntos. Tocado el de las mujeres, dijo Quintero:
– Fulano, a las mujeres ¿qué hay que darles?
Y el entrevistado contestó, sin la más mínima vacilación
y sin prisa:
– Dinero, dinero. Y luego, bueno, respeto, buen trato...
Cuando por separado comenté esta anécdota con Alejandro,
con Eduardo, con Joaquín, la expresión de sus caras fue muy parecida: tenía un
punto de sorprendida alarma, como si les hubiera cogido a traición; pero
también, y más todavía, de reconocimiento, de conciencia amarga, de deprimente
certidumbre familiar, asumida. El aire a nuestro alrededor tuvo algo más de
peso. Joaquín incluso balbuceó un intento de matiz, un amago de defensa que de
todas formas no llegaba a llevar la contraria: “Pero si tenemos que vivir
creyendo, sabiendo eso...”
El final del comentario se le desmoronaba. Luego hablamos
un momento sobre coches (Lexus, Z3) y nos despedimos.
(Septiembre de 2004.)
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