Los que hemos sobrevivido a esa etapa, la conocemos bien.
Y ha sido espectacular su creciente valoración como fenómeno, durante la
segunda mitad del siglo XX; lo que nos ha ido trayendo hasta hoy.
Nuestros emergentes líderes políticos, aspirantes a la
gobernación, con algunos matices diferenciales, coinciden en la fuerza, la
osadía, la impaciencia, la confianza ilusionada (o ilusa) en la capacidad y la
visión propias y cosas parecidas.
También dan señales, como es natural, de limitada
prudencia y de una experiencia de la vida que no ha tenido tiempo todavía de
crecer gran cosa. Y esto es así, aunque los añejos “gurús” hayan dejado tanto
que desear. (No hay más que ver, por ejemplo, la desfachatez chapucera con la
que están yendo al Supremo esos barandas andaluces para exculparse con torpes
alegatos, inservibles ante el tamaño desaforado
de las maniobras cometidas y/o consentidas, venga ya.)
Conque en cualquier caso, nos convendrá a todos que los
electores, los votantes sopesen cuidadosamente el pro y el contra de esa
realidad. Que se ahonde en la reflexión. Que se tenga muy en cuenta que los
gobiernos tienen la batuta del director de orquesta y en más de una ocasión han
echado a perder el concierto.
La administración pública, la educación, la justicia no
son las motos GP, donde la vista rápida, los reflejos y la habilidad física y
envalentonada son casi lo único que marca la primacía.
Escucho a los aspirantes; y no me suenan tan
“estupendamente preparados” como reza esa fantasiosa leyenda. No los veo
bastante claros.
Y tal parece que el defectuoso balance que presenta la
gestión de nuestros políticos convencionales no se solucionará con la marea de una
ciudadanía encandilada, cuyo justificado descontento expriman y aprovechen unos
gananciosos pescadores de río revuelto. Incluso si nos cuentan sus puede que
buenas intenciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario