Que se repetirá hasta el vértigo: la mano del funcionario
sobre tu cuello, tu oreja, el gesto habitual en ese trance, para que tú, que
eres hoy el detenido, no te golpees la cabeza, al entrar en el coche.
Y el revuelo público en tu calle. Los agentes de policía,
los reporteros excitados, insaciables, los curiosos que acuden a tu escarnio,
que ya vienen abucheándote desde hace días.
Muchos pensamos durante años que eras de los más
competentes, de los mejores, con tu carrerón brillante, tu ejecutoria de gestor
de éxitos visibles, tus importantes cargos, con el poder desplegado a toda
vela.
Por eso desconcierta contemplar tu caída estrepitosa,
escalonada (Bankia, las tarjetas, lo de ahora…), el campanazo enorme que estás
dando. Comprobar la implacable obstinación de los refranes:
Cuando
el río suena… se traducirá en indicios y pruebas.
La
avaricia rompe…, en confirmación de lo que el dinero y otras ambiciosas
tentaciones pueden hacer con las personas.
Hoy da grima ver esa mano en tu cuello.
Aprensión, llamarte tocayo.
Susto, preguntarse en manos de quiénes estamos.
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