los dieciocho años,
los sueños, la inocente
sensualidad de antaño.
En la Atenas nublada
y sudamericana
te escuchábamos sones
de unas olas lejanas,
de un mar y unas arenas;
y era dulce tu voz,
sencillez esmaltada
de leves seducciones
y cantos de sirenas.
No pude imaginar
-joven e “invulnerable”-
que estaría junto al mar
tanto tiempo después.
Y que ayer, casualmente,
ordenando vinilos,
pasaron por mis manos
tus temas veteranos,
ajeno todavía
a tu postrer sigilo;
contemplándote intacta
en las fotografías
de aquella juventud,
Astrud.
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