Nadie
con un mínimo de buen oído y de sensibilidad para la música pone en cuestión el
talento y la extraordinaria relevancia de la obra, en calidad y cantidad, de
Paul McCartney.
Escritor
e intérprete de canciones brillantes, inspiradas, hermosas, que acreditan su
trayectoria y unos méritos coronados por altísimos éxito y prestigio.
De
tan numerosa obra, de tan fecunda, gloriosa y personal facilidad, dice mucho
que, en pocas ocasiones, un pasajero cansancio o una cierta rutina le hayan
bajado el listón.
Ahora
Paul se presenta como el principal (¿o único?) instigador de una recuperación “post-mortem”.
Con la tecnología disponible, no es siquiera algo que no se haya llevado a cabo
con anterioridad y quizá sin muchos escrúpulos. Y aunque es de suponer que
herederos y derechohabientes han dado aquiescente consentimiento…
¿Es
sentido homenaje, nostalgia, vanidad incansable, ocurrencia antojadiza de
abuelete? ¿También habrá dinero de por medio que, en esa cumbre de los
millones, sería innecesario?
¿No
queda, en nuestro tiempo, respeto y sobriedad que dejen a los muertos descansar
en paz?
A
los “fans” -siempre ansiosos- también me refiero: la historia y la leyenda
maravillosas, ilusionantes, insuperables a su modo, de los Beatles, ¿merecen
este canibalismo, estas virutas residuales?
Pionono ni lo entiende ni lo apoya. Jamás será una canción de los Beatles. ¿Qué necesidad hay?
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