Sirvientes
con su señorito, títeres sumisos al capo de esa banda en la que ha quedado “La
PSOE”, los recientes designados para los cargos guays del peloteo (que ni siquiera
son nuevos en sentido estricto, sino bastante usados y manoseados) conforman un
deprimente friso cuya inanidad nada útil augura.
El
jefe vuelve a juguetear a capricho con sus empleados, sabedor del terror que
inspira una desafección, un desdén, un despido más o menos fulminante en esa
cuadrilla que, fuera del pesebre público, probablemente tendría dificultades
para mantener el promedio de ingresos que ahora devenga.
¿No
quedan socialistas decentes, razonablemente verdaderos, que griten con
escándalo ante tal prostitución en su partido? ¿Qué salgan a derribar ese ídolo
con pies de barro, máster en malas pulgas y la sonrisa del idiota congelada en
el rostro?
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