en
un país multicolor, que el presidente del gobierno se rodeó de un gabinete de
ministros que, en número creciente, abundaba en mujeres.
Lo
más desconcertante no era esa singular, bastante insólita floración: lo que,
poco a poco, fue generando curiosidad fue el hecho de que tales designadas a
dedo eran, una y otra vez, personas (¿de escasas luces?) que demostraban
excéntricos desvaríos mentales y notoria incompetencia.
Cuando,
muy intrigados por el extravagante rumbo de los acontecimientos, los más
avezados analistas y politólogos realizaron una de esas investigaciones que
pomposamente llaman “en profundidad”, se descubrió la perversa estrategia, el
plan sibilino que con tanto disimulo desarrollaba aquella trama implacable: el
propósito no era otro que, so capa de promocionar a las esferas más brillantes
de la responsabilidad a exponentes de un peculiar feminismo, éste se
precipitara por un tobogán de descrédito y ridículo, dada la deplorable
actuación de los “ejemplares” seleccionados.
Las
conclusiones, terminantes, lapidarias, del citado informe fueron enviadas a
Europa, donde ya hacía tiempo que, haciéndose cruces católicas o protestantes,
se observaba al país en cuestión con la natural y consternada alarma de que tuviese
el gobierno más imbécil de todo el Continente.
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