Con
el tema de los viajeros jóvenes retenidos, mejor o peor, en Mallorca, vuelve a
alzarse el “mea culpa” de los fariseos y los buenistas que repiten el análisis
de “lo que no habremos explicado bien” para que no se valoren ni se
respeten el peligro cabal, la gravedad realísima de la pandemia y sus
resultados.
La
impaciencia y la imprudencia, defectos extendidos por toda la especie humana,
se manifiestan con singular intensidad entre los individuos jóvenes, más
inclinados con facilidad a unas conductas que, en ocasiones, a ellos y a todos
nos pasan onerosísima factura.
Que
eso no sirve de explicación ni de disculpa, se evidencia con el hecho -todos
somos testigos- de que un número no determinado de esos mismos chavales opta
por alternativas que señaladamente se alejan del atropellado rebaño
mayoritario, de la alienación y la confusión predominantes entre la diversión y
una embotada estupidez, tan por otra parte rentable, ay, para los zurdos
objetivos de los políticos que se proponen fomentar la ignorancia como método
para alcanzar el sometimiento dócil del personal.
La
noticia de la pandemia ha sido tan aplastante, tan omnipresente y está siendo
tan duradera que ni el más ensimismado de los jóvenes puede acogerse al disimulo
de haber quedado al margen de su, siquiera relativo, conocimiento. Otra cosa
son la ausencia del control paterno, el amparo (también politizado) de la falsa
libertad de moda, los inexistentes ejemplos ocasionales de responsabilidad y
coherencia.
Pero
también la masa joven es torpe. Por lo cual, ¿cabe dejar al albur de un ciudadanito
de sólo 14 años la elección atolondrada de querer ser lo que acaso no es porque,
en los transitorios titubeos de su llamativa inmadurez, se le antoja que no
quiere ser lo que acaso es?
Los
“buenistas” se revuelcan satisfechos en el “sí”.
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