Dramáticos
o teatrales (deberíamos huir del sentido fácil, inmediato, corto, de las
palabras), los copiosos sucedidos, los trances que ocuparon y distrajeron
nuestras vidas suelen permanecer en un fondo de la memoria. De ahí, en
ocasiones, parece que algunos asomaran y, no sin dificultad, procurasen
recuperar su ya imposible realidad.
La
apariencia, la textura es por lo general vaga, difuminada, con vislumbres de
espejo y movimientos que tienden a deslizarse con ritmo diverso, remansos o
rápidos de un río que desconoce su desembocadura.
La
intención, si la hubiere, tiende a ser menos voluntaria que dispersa, y quizá
daría a entender un propósito de íntimo balance.
Cuando
así sea, no consigue desligarse de una sensación de espera, de pálpito grave de
la única sorpresa -de las pendientes y por venir- que no lo será.
Una
sensación en la que, cuándo no, late y pesa esa certidumbre del tiempo que nos
pasa y se nos pasa, con su engañosa velocidad implacable, con su impropia, rumorosa
añagaza de Circe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario