de
su imprudencia, de su egoísmo y de su insolidaridad caen las recomendaciones.
Los
jóvenes y los no tanto que conforman las hordas multitudinarias del botellón y “festejos”
afines son irrecuperables.
Cuando
esos comportamientos empezaron, varias décadas atrás, ninguna “autoridad
competente” se atrevió a contrariarlos, extirpándolos de raíz, porque caer
simpático y tolerante con el cachondeo de las libertades (que eran tan
malamente entendidas) tuvo prioridad sobre la sensatez y el correcto uso, ni invasivo
ni abusivo, del espacio público.
En
la presente etapa, recrudecido el fenómeno con las ansias incubadas durante la
pandemia, va yendo a peor, proliferando en peleas (menos esporádicas de lo que
quieren disimular algunos) que van pareciéndose al desmadre que los
documentales nos muestran entre los cocodrilos y los ñúes del Serengeti.
De
la ausencia de la buena educación y del orden necesario se nutren estas
inercias impresentables. De eso, no los salva la vacuna.
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