¿Con qué se distrae la mente ahora que el clima colabora en reanudar mis rondas de madrugador (que este año, con uno más a cuestas, se han reducido en una quinta parte del circuito habitual), mis vueltas de noria surrealista por el barrio?
La observación -- el casi recuento -- al paso, de los automóviles que, de a poco, van ocupando las calles; la araucaria, cada vez más alta y guapa; el palmerón del 9, recientemente "afeitado"; los gatos (uno, a rayas, miniatura de un tigre de Bengala, otro, negro, como las panteras de Java) que me miran a los ojos sin comprender mi propósito iluso de bajar de peso, mi, de antemano perdido, pulso con la determinación de mantener unos mínimos de la agilidad que huye; el recuerdo de la visita de un técnico de la empresa de telefonía que me surte, para intentar, y parece que conseguir de momento, la reparación de la última avería surgida, la "incidencia", como la llamó el agente que escuchó mis reclamaciones (inexpertas de vocabulario tecnológico, de seguro con algún circunloquio involuntario aunque fantástico y que contribuyó a la confusión), contestándome, dándome instrucciones para la comprobación -- con cierta paciencia profesional y el hablar cadencioso y prolijo característico de los hispanoamericanos -- desde quién adivinaría qué remoto enclave del planeta intercomunicado y global...
Y las cosas pendientes, la intervención, que me temo drástica, en el jardín, el coche de caballos de Sevilla, las hortensias que quizá intentaremos, las otras excursiones con Isadora, la Almendrita, que vendrá este verano, las sardinas del Zurga...
-- Vamos, que tienes tarea.
-- No paran mucho las neuronas; pero sí.
-- ¿Y ese sombrero, a lo Indiana?
-- Pues, de un tiempo a esta parte, no coincidimos, él y yo, en mucho más, "oyes".
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