Consciente del temperamento, a menudo volcánico y excesivo, que caracteriza a las gentes de Celtiberia, líbrenme el Dios de los cristianos y el Alá de los moros (sigo aquí la terminología tradicional de Villajoyosa) de recomendar ni de prohibir conductas o pareceres, que ni es lo mío ni caso que iban a hacerme.
Y menos todavía, sabedor de que pudor y recato son palabras y aun conceptos en desuso y de que, por mucho que con ignorancia y atrevimiento se vocifere acerca de las libertades, queda cantidad de tela por cortar. Pero se diría que, como del decálogo o del catálogo el único "pecado" morboso y vistoso que nos queda es el de la carne, o sea todo lo relacionado con la recóndita intimidad, no sobraría un poco de cautela con las calenturas, no sea que, entre unas cosas y otras, una feria extralaica acabe como un creyente rosario de la aurora, y a los recientes, y no tanto, ejemplos me remito.
Con mayor o menor alegría podemos (no faltaría más) decidir para nuestro presente lo que constituye delito, siempre sin olvidar que los tiempos van sujetos a mudanza y en el futuro cabe suponer que poco se enfocará tal como lo hacemos hoy.
Ocurre que los exhibicionistas y los ardorosos ignoran la sabiduría de ese proverbio que reza que "debajo de una mala capa está el buen vividor".
Pero nunca debería estorbar la prudencia ante la certidumbre de que nuestra contemporánea espada de Damocles es esa arma interplanetaria y fulminante que llaman LA RED.
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