Ingresó el “dócil lebrel”
al solemne santuario.
Un suceso extraordinario:
si no fuera porque es él,
no ocurriría.
Que es la niña de los ojos
de la niña de los míos
y yo cedí ante el antojo
a finales de ese estío.
Nos cantaría
otro gallo en otro caso;
mas encadena el cariño
que obliga con fuerte lazo
y con abrazos y guiños.
Y yo diría
que pensamientos diversos,
yendo el triunvirato a bordo,
dieron tal reseña en verso
de una excursión en el Gordo.
¡Qué fantasía!
--¿Tú
no te habrás apuntado a la Masonería, no?
--No
sé por qué lo dices.
--Es
que estás de un hermético…
--Huy,
eso no es nada: a saber los laberintos que erigen los cordobeses en sus
buhardillas.
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