Para que me prepare a bien morir,
me llama por teléfono un gestor,
un consecuente y terne vendedor
que me viene a decir
que, dado lo avanzado de mi edad,
que de mi mocedad queda distante,
me convendría acaso suscribir
sin demora mayor y cuanto antes
la póliza usual de algún seguro
-- un remedio probado, puro y duro --
de esos, solícitos, que las Compañías
con proverbial encanto y simpatía
nos brindan como opción para que el trance
y singular percance,
que en el camino a todos nos aguarda
no suponga al final "liarla parda".
Yo escucho con paciencia
la sagaz e insistente sugerencia,
los argumentos incontrovertibles
de su axioma rotundo y esencial;
y, al no verlo completamente mal,
con cortesía voy y le aseguro
que consideraré lo del seguro
y que, un año de éstos,
incluso si resulta que es bisiesto,
consultaré su oferta: el presupuesto
que gentilmente ya me anticipaba.
Y, si a cuento viniere,
de Santïago o de Calatrava
que me gestione el hábito devoto,
la sacra música de un miserere,
la cineraria urna de gresite,
de diseño remoto,
y todo lo demás que necesite.
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