Debe ser la disposición de tus moléculas
visibles lo que durante años me mantuvo en una cierta embelesada admiración por
ti, a pesar de tus desvaríos, tus resbalones con el lenguaje y esa especie de
aura materialista que corrientemente te han achacado y que “algo tendrá el
agua, cuando la bendicen”.
Así que jamás imaginé que podría llegar
al grado de postración que me produjo entonces verte y escucharte cantando, es
un decir.
La Naturaleza, que con sabia
prodigalidad e indiscriminado estilo reparte dones y defectos, me dio, a tu
través, una seria lección.
Te rogaba, tesoro, que de inmediato
abandonases ese quehacer, tan fuera de tus posibilidades, y me dieras, con el
largo y piadoso olvido, la ocasión de considerarte otra vez, sin aquel espanto.
Se conoce que incluso tú debiste
comprender lo desaforado de tu imprudente atrevimiento. Y que, bueno, fue de
sabios rectificar. Deo gratias.
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