Egresado con las más altas, honrosas y merecidas distinciones de la legendaria y heroica Escuadra de Gastadores del Cuartel de Instrucción de Marinería en San Fernando, Cádiz, el Comodoro me señala algunas pautas razonables para ayudarme a encajar mejor ciertos desánimos y amarguras coyunturales, nubladas conjeturas que la insoslayable decadencia fomenta y pone de relieve.
Y a la salida de "La codorniz/perdiz", familiar fondeadero frecuente en la senda que va a Tarifa, mientras apreciamos las respectivas llantas de su alemán y mi francés, vuelve a recomendarme que mi próximo navío incorpore el cambio de marchas automático, factor o artilugio que, a su sano juicio, redondea la comodidad de la conducción y que, de seguir su consejo, con toda seguridad tendré arduo conflicto colateral en el aprendizaje que ("maquinita", al cabo) traerá anexo.
Más remiso que ilusionado, y sin hacer constar que la Dama de los Rizos me ha casi prohibido la mera idea insensata de cualquier vehículo más, afirmo que consideraré su sugerencia, porque a esa hora de la sobremesa y con la porción generosísima de tocinito de cielo que ha constituido el postre, nada debe estrictamente ser descartado.
Cuando emprendo el regreso a Chiclana de la Frontera, el paisaje, el campo, de un andaluz femenino, sensual y verde intenso, que hemos tenido bastantes lluvias recientes, es un gozoso resplandor para los ojos.
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