En una sociedad aficionada a las frivolidades y las inconsecuencias, a lo largo del siglo XX y en gradual escalada, se fue imponiendo un "ideal" estético, de aspecto físico para la mujer, que ha terminado siendo causa de no pocas neurosis o como se llamen esas manías.
La delgadez extrema en cuya exageración ya estábamos naufragando, quizá se ha visto dictada y alentada por los "modistos", gentes, se diría, a las que no les gustan las mujeres sino como perchas de dudosa utilidad en las que colgar sus prendas, sus diseños, con tanta frecuencia arbitrarios, en un mundo caprichoso, superfluo, absurdo y banal, como con tino escribí en el álbum de Solera.
Por suerte parece que la "tendencia" comienza a remitir, aunque sus exégetas, recalcitrantes en grado sumo, buenos para Numancia, no han de rendirse ni medianamente.
Como sea que ocurra, saludamos con fervor la presencia y la existencia de hermosas mujeres sin complejos que lucen sus generosas proporciones y que nunca han dejado de figurar también (y mucho) entre las preferencias varoniles: la cofradía esplendorosa en la que, por fin, milita Marisa Jara, con unos méritos que no quisiéramos calificar de suculentos por más que íntimamente (con nuestra propia singular debilidad) pensemos que de verdad que "está para comérsela".
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