Con su laboriosa y casi interminable explicación del modo que tuvo para "resolver" o enfrentar el jaleo de la Universidad, doña Yolanda lo dejó todo teñido de una decepción que la "prudencia" y el prurito de evitar daños mayores (en las personas y en el propio ámbito académico) no lograron hacer presentable.
Cuando se consiente, siquiera de manera indirecta, el abuso de la matonería, simplemente se desemboca en una más o menos cobarde cesión a un chantaje que, a no mucho tardar, producirá nuevos y mayores ejemplos.
Por supuesto que se entiende el miedo. Y una cosa dijo, puesta en razón: que no cabía pedir heroísmo a los pacíficos. Pero otra dejó entrever que quizá no lo está: la cautelosa y pusilánime "proporcionalidad" que tantas veces deja sin sanción, o casi, los comportamientos delictivos.
Si la "sagrada" inviolabilidad del recinto universitario sirve, como en esta ocasión, para amparar las actuaciones infames que se han dado (por fanáticos estudiantes sectarios y/o meros infiltrados), hora será de ponerla en cuarentena y de que quienes pueden y deben, entren en ella, suspendiendo provisionalmente su fuero, y apliquen la ley que debe proteger la verdadera libertad de expresión, y la seguridad física de los invitados conferenciantes.
Porque la "autoridad" de la Decana no es suficiente.
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