Tratadistas diversos, incluso caprichosos y senegaleses,
han formulado diferentes teorías, con frecuencia fantasiosas, sobre los modos
de santificar el sábado.
Recientemente ha llegado a mis manos, y a mis
escarmentados ojos, un libro que enumera algunos de esos modos.
Dos de ellos llevo leídos. Uno plantea la posibilidad de
dedicar ese día de la semana al siempre apasionante mundo del bricolaje, con
sus cepillos para óxido y metal, sus pulverizadores antigrasa, de imprimación,
de pintura metalizada especial para llantas y otras apasionantes aventuras de
la imaginación.
El otro habla de una excursión motera por los predios del
Sur, lo que me ha hecho suponer el origen geográfico y las aficiones favoritas
del autor/proponente.
Acaso influido por esas lecturas, aunque de natural
independiente y excéntrico, hoy presentí la inspiración histórica, y ya algo
desvanecida por los avatares de los muchos calendarios transcurridos, y he
celebrado las primeras tres horas de la mañana con el rito hermoso, la cadencia
carnal y los vaivenes guapos, jubilosos, de… ¿cómo diría yo a Vuesas Mercedes?
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