Aquí ya se ha comentado el desastroso estado de nuestras
carreteras, sembradas de baches, cráteres y todo tipo de rotos y desgarrones; y
de las calles, algo parecido, con la añadidura de las arquetas del
alcantarillado, cualquier cosa menos aceptablemente enrasadas con el asfalto.
Un campo de minas que va a más.
Así que para fastidiarnos los neumáticos, la suspensión,
lo que sea, no hace falta la pintoresca y llamativa eclosión (en los más
recientes meses) de cacharritos de variado diseño en el suelo, para que
reduzcamos la velocidad.
Con lo del primer párrafo es más que suficiente. Pero,
claro, queda la cosa de quién se ha embolsado las comisiones por el
macroencargo.
Dípteros incansables, nuestros cuestores nos esquilman
con denuedo depredador, con crudelísima saña. Se ve que, tanto recaudar, como
luego el dinero “se desvanece por vericuetos paranormales”, no queda para que
las cosas funcionen lo bien que deberían.
¿Cómo era aquello?: un morro que se lo pisan.
¡Y es que son tan listitos…!
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