Bricovetustos abueletes
menudean en sus visitas
comprando “sprays” de pintura
para sus sillas favoritas.
Por una parte, independientes
e intrépidos de criterio,
no hacen cábalas solamente
en la inminencia del misterio
sino que al tiempo solicitan
opiniones fundamentadas
de esos expertos vendedores
y su ciencia cualificada
que
atienden la feligresía
(sábados
y domingos inclusive)
de
una cercana ferretería
que
con rótulo “ad hoc” se exhibe.
Con
indumentaria operaria
adquieren
más y más “sprays”.
De
hito en hito, los demás clientes
los
observan y unánimemente
coinciden
de forma plenaria
en
que ese par de “luminarias”
son ya de lo que no hay.
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