Hago una pausa en la lectura
de este libro serio, exigente,
para descanso de la vista,
para sosiego de la mente,
porque me llaman la hermosura
de esta luna que tengo enfrente
y su lenta danza de artista
que inicia un mutis decadente.
(En
pocos minutos rebasa
la
línea oscilante del toldo.
En
calma y silencio la casa,
en
un compás de espera: me amoldo.)
Desde
el porche o en la ventana,
me
demoro en el paso del Tiempo,
de
unos momentos que van huyendo
de
siete a ocho de la mañana.
Regreso
al libro de Federico
(que
no es Losantos, que no es Lorca:
es
Nietzsche, este Federico.)
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