No
obstante carecer de lo que por lo general entendemos como un carácter
marcadamente valeroso, de forma esporádica me acomete un impulso súbito de
enfrentarme al Destino y me planteo unas patatas fritas “caseras”.
Esto
implica pelarlas con antelación. Mi escepticismo, y también una cierta
tendencia a no asumir sin más los convencionales estilos establecidos, me han
llevado al desarrollo de mi propia técnica, que los detractores podrán esgrimir
como fuego a discreción que contribuya a mi ya razonable descrédito.
Enumero
aquí los pasos del, por otra parte, elemental aunque quizá poco clásico “método de pelar patatas contra las
costumbres y leyes vigentes”:
1º.-
Tabla de madera, de superficie intermedia, colocada horizontal sobre la
encimera de la cocina.
2º.-
Cuchillo manejable y de afilado reciente.
3º.-
Patata: hay que posarla. Se trata de conseguir, dada su habitual forma
irregular, un equilibrio para que permanezca en posición vertical, como piedra
de Stonehenge. Para ello corto uno de los dos “culetes” (que son como decir el
afelio y el perihelio de la órbita), y una vez en pie, procedo a cortar, en sentido
vertical aproximado, tiras de la cáscara, perfilando luego los pequeños
detalles no alcanzados en esa primera instancia.
4º.-
El formato es a elegir: rodaja fina o de moderado grosor, a taquitos o del tipo
“bastón”, de todos conocido.
5º.-
Recipiente con agua para dos leves remojones de los fragmentos obtenidos. (Conservo
esta recomendación de mi madre, que era partidaria de quitarles un poco el
almidón. No tengo constancia científica.)
6º.-
El resto ya es cosa de la sartén, del aceite de oliva virgen extra, etc.
-¿Sal “ad libitum”?
-Ciertamente.
-¿Lección magistral?
-Apenas.
¡Pardiez!. Barroca forma, en suma, de pelar una papa. Vuesa Merced no parece escarmentar en el intento de complicadas actividades domésticas. ¡Suerte, valiente!
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