No
suena mucho a pila bautismal, sino más bien a oficina (¿siniestra como las de “la
Codorniz”?) de registro civil o así, en la que se dirime el nombre de una
criatura cuya elección y decisión paternas han parecido inconvenientes a cierto
juez o jueza de turno, quien inicialmente ha resuelto una modificación. Ya se
verá luego el galimatías de los recursos, si procedieren.
La
cuestión simboliza quizá el pulso entre
dos ideas en apariencia antagónicas: una sostiene que no se pueden poner
puertas al campo; la otra, que tampoco debe admitirse el moderno todo vale de
la “finca sin vallado”.
¿En
el término medio está la virtud? ¿Es obligatorio ser virtuosos? Así que, a
remolque, se recuerda otro caso similar del chico que sus padres querían llamar
Lobo. Claro que hay asuntos más graves y urgentes, vale. Pero la importancia de
las cosas también suele ser subjetiva.
Y
mientras tanto, ¿sentaremos precedentes comprometedores? Dando vía libre a la
intocable creatividad, ¿tendremos en adelante niños que se llamen Toro Sentado,
como los indios norteamericanos del cine? ¿Ciervo Veloz de las Praderas? ¿Rocío
del Arco Iris del Bosque Encantado? Y ya metidos en harina de zoo, ¿podrá en
consecuencia oponerse argumento jurídico de consideración a un bebé llamado
ornitorrinco, a una adorable niñita de nombre escolopendra?
Alija. Como siempre acertado, maestro!
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