A
la casual, fortuita indicación de Paco Martín, cantautor de pro que, hasta
donde sé, anclado continúa en sus vastas dehesas, debo este acercamiento a Almotasim, esta que fue
inesperada experiencia y ahora tiempo ha que se inscribe con honor en mis
hábitos predilectos.
En
este “blog” que tan teñido anda de los colores con los que se nos relata el
mito de Sísifo, ya se ha hecho seguramente mención y aun elogio de ese suculento
agente del colesterol que llaman CACHUELA IBÉRICA.
Desconozco
los ingredientes que conforman su cautivadora fórmula; es más, con humildad
declaro que, fiado de los orígenes quizá ancestrales que le dieron curso,
ninguna objeción osaría oponer, ni insolencia con la que investigar siquiera
-que a todas luces es curiosidad ociosa y aun sobrante y quedar debe a los
entendidos- el arcano de su conocimiento.
Lo
que sí llama mi atención (y mi devoción) es este echar de menos su concurso a
la hora del aperitivo, como si su reclamo al paladar semejase la adicción que
otras sustancias se dice que procuran, volviéndose imprescindibles.
Sea
como fuere, vaya aquí mi recomendación sin ambages para quienes todavía queden
por catar este convincente, atrayente, preeminente “unto” que sin alharacas se
impone a tanta “ilustre” y presuntuosa vianda, de las que pasan por
aristocráticas preferencias en las más vanguardistas y estrafalarias gastronomías.
Desconocía que existiese tal manjar; habrá que probarlo.
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