Imposible
saber en el comienzo qué dirección, qué duración, qué sentido, si lo tiene,
este camino que (ahora sí que puede ir midiéndolo) se acerca a los tres cuartos
de siglo (mucho estás durando) y a lo que con creciente evidencia no cuela
desconocer.
En
ocasiones, cede a la vanidad de pensar que aprendió cosas, que sabe (¿qué
sabe?) esto y aquello, lo que el rodaje ha ido aportando; otras, le pueden el
titubeo, la indecisión, la duda, el deslizante e inseguro pavimento mal
ajedrezado de los porqués.
Ni
fuerte ni débil, más que otro esqueleto con algo de chicha y piel a guisa de
cobertura.
En
algún sitio, alguna vez le llegó la noticia de que el pelo, o sea también la
barba, y las uñas prosiguen su crecimiento luego. Le parece una conclusión de
envoltura medio esotérica cuyo radical y voluntario desmentido, cuyo
impedimento “de libre elección” (como si fuera un Capricho de Paganini para violín
solo, en un examen de fin de carrera) será una incineración “como Dios manda”.
Deambulando
por calles y piedras de lo que siente aún como “su” Sevilla, ¿es este contacto
con la tierra personal lo que remueve en el cerebro, ese escondrijo de
anaqueles laberínticos, el color de estas líneas desconcertadas?
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