Oro y salmón, los cielos de esta tarde
proponen un incendio simulado
con estrías rizadas
de nubes que, de un lado y otro lado,
fingen las turbulentas barricadas
de una revolución: una charada
en la que todos los colores arden.
En vez de músico y epigramático,
pude nacer pintor y ahora estaría
empeñado con máxima porfía
en mezclar con crisoles sistemáticos
ingredientes secretos que me dieran
el mágico esplendor de esta quimera.
Con una desazón obsesionada
de alquimista severo y avezado
acaso perdería la cordura
en la persecución de esa estructura
de tonos innombrables,
de tramas y de trazos y texturas
que reflejaran si posible fuera
estos oro y salmón, la borrachera
de esta sed de belleza inconsolable.
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