Chocante,
ir sintiéndolo, percibiéndolo de un tiempo atrás.
Y
es que le vienen a la mente fragmentos melódicos, combinaciones de notas,
pequeñas tonadas elementales surgidas espontáneamente; otras veces, las
reconoce, sabe que proceden del hondo y largo archivo de la memoria, incluso
con sus desconcertantes altibajos, su discontinuidad asombrosa.
Como
si se le fijaran en los circuitos de neuronas que acaso destina para ello el
cerebro, se amonedan en un “obstinato” involuntario aunque poderoso, recurrente,
casi difícil de descartar. Y allí quedan girando con una insistencia banal,
esterilizante, que le produce cierta inquietud cuando asoma el latido, el rumor
de la palabra obsesión.
Largos
minutos, ese pentagrama de ecos resuena real o aparente en el laberinto del
oído. Quizá la experiencia comenzó con los confinamientos y sus clausuras
impuestas, lo que alentaría un indicio confortable de…
-Los psicólogos son virtuosos
malabaristas para eso.
-Y por lo común, más brujos que el resto
de doctores.
-O sea que no te fías.
-Para nada, “oyes”.
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