A
las 9 de la tarde, las veintiuna horas, vaya, los altavoces de la megafonía en
la playa difunden, con rebotes de sonido y ecos confundidores, unas palabras de
supuesta y cordial despedida a los bañistas y veraneantes, hasta mañana.
Como
“semos” un país que presume en lo oficial de “tendencias laicoprogres”, no
redondean con el clásico y ya descartado “si
Dios quiere” que tanto encrespará a rojos y ateos varios.
De
todas maneras, la corta perorata es ininteligible y da pie para poner en
entredicho y con guasa su utilidad de galimatías críptico, de abstruso mantra
gutural.
Solapadamente,
espero con regocijada ironía la tarde en que – con ese mismo sonido que nada aclara
– anunciarán que “mañana soltaremos a los cocodrilos” para que el público
ensimismado que alcance a descifrarlo proceda a tomar las precauciones
correspondientes en orden a la salvaguarda de su integridad corporal,
esquivando así un destino de cebo que nadie en su sano juicio querría asumir.
Estamos
en la 2ª quincena de agosto y en una nueva subida de las temperaturas, por si
sirviese a contrarrestar el granizo de las tormentas. Pero que conste que, unas
fechas atrás (4VIII2022), aquí ya alertamos sobre las calamidades que, como un
imán fatídico, atrae sobre “los españoles y las españolas” el gafe
presidencial.
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