No
entiende la funcionaria del Ministerio de Educación (si es que se llama así) el
apuro y la zozobra de los padres ante el desorden, la improvisación y la
negligencia que, característicos de este desgobierno, imperan en el asunto de
la tal vuelta.
En
un alarde de sosiego, la “señora ministra” alude de forma tibia a algunas medidas
que andan estudiando para presupuestar dinero en ayudas, permisos retribuidos,
cosas, de modo que las familias crean que encuentran algún alivio ante lo que
se avecina. Entre el tono difuso, casi desganado, y la cautela relativa para no
pillarse, otra vez, los dedos, parece que con esas declaraciones ya vale, que
tampoco hay por qué precisar de donde saldrá la pasta.
Papá
y mamá, trabajando ambos (suerte que no están en el paro), intentan sacar
adelante los gastos. No suelen alcanzar demasiado los dos sueldos, pero se
sigue remando y desde luego que a nadie gusta admitir la vertiente de
aparcamiento para niños que el “cole” comporta. Así que se disimula hablando
siempre de la necesidad y la conveniencia para el desarrollo de “socializar” a
los críos, aunque suena bastante raro cuando se aplica a guarderías desde la
más tiernísima edad del ciudadanito. Y como, por otra parte, no siempre hay
abuelos, disponibles o no que sean, lo de traer hijos al mundo, tal como está,
viene siendo una decisión casi admirable, entre la imprudencia y la temeridad,
que barnizamos con un optimismo Disney, por más que muy resistente no quede.
Para
remate, el sustazo de la pandemia.
¿Y
no se entiende, terminando agosto, la premura, la inseguridad y la desconfianza
en el ánimo de los “progenitores”?
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