A todos nos da un aire de mutantes
simiescos ese odioso adminículo, incorporado a la fuerza a nuestros atuendos.
La mascarilla.
Hay quien con despecho, con aversión, con
desprecio infinito e íntimo sentimiento de humillación, que mal disimula un sentido
del humor (de perros), la llama “bozal”.
Descuidados, casi ninguno pensamos que
ese horror (tan asumido en países lejanos, con sociedades uniformadas y comportamientos
que nos parecían gregarios en exceso) nos pillaría en nuestros acomodados lares
de individualismos y pregonadas libertades del desarrollo y los, que también,
antojos de la molicie.
Y aunque los más rebeldes, barrocos y
frenéticos del diseño han pergeñado cientos, miles de versiones diferenciadas
en la estética, para nada quedan resueltas la depresión y la inhibición que la
mascarilla causa, al menos en los más sensibles.
--Vamos, que “te se” quitan hasta las ganas de “arreglarte” y salir a
dar un paseo.
--Percibo
un matiz de frivolidad en tu ironía. Pero sí.
Ay primo, me pasa igual que a tí. Y eso que aquí solo es obligatoria en el transporte público y tu sabes que yo me muevo en bicicleta. Pero los dias de lluvia....mascarilla.
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