jueves, 6 de agosto de 2020

Contra la máquina

Estoy haciendo pruebas.

Contra las añagazas del Internete.

Malicio huidizos recorridos, sesgos repentinos, cambios experimentales en mis más familiares jugadas con ese endemoniado ajedrez que siempre me desborda. Si bien admito cierta dependencia que mis propios caprichos de orientación suicida han ido acumulando en estos años, íntimamente reconozco nuestra recíproca aversión, la insatisfactoria divergencia de espíritu (si las máquinas, todopoderosas aunque miserables, lo poseen) que nos distancia: más diría, que nos opone. Esa especie de incomprensión mutua que aflora enseguida cuando, y siempre de manera aprensiva, intentamos una diplomática aproximación.

Nuestra relación (pedregosa como el habla de mis antepasados de Puente Genil) erizada de agravios de ida y vuelta, salpicada de desencuentros, malos entendidos y sinsabores, dista escandalosamente de ser, no digo ya fluida, sino meramente aceptable en términos de elemental funcionalidad.

Preveo una larga cadena de reveses cuyo final, ya escrito en páginas lóbregas de nuestro aciago destino, nos abocará a extremos impensables de violencia, a tumultuosas disputas y a un residual y postrero desdén que servirá de colofón a nuestras desgracias incomparables.

Sé que mi pulso contra la máquina es perdedor. Pero lo siento decidido, firme, como lo fueran los espartanos en las Termópilas; y sucumbiré con honra, mientras mis despojos a mis deudos regresan sobre el escudo.   


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