20
años hará que el caballete que te regalé, porque ibas a pintar (lienzos, útiles
diversos, maletín de diseño), ha permanecido en el porche de casa.
Parecía
un poco decepcionado por el efímero interés que recibió y la escasa duración de
aquel amago de actividad aficionada. Yo lo dejé estar, que apenas ocupaba un sitio
y al cabo más era ya elemento incorporado a la decoración que estorbillo a
derogar, como ley obsoleta y caducada.
De
cara hoy a zafarrancho próximo de pintores (qué coincidencia), lo he llevado,
con paso nostálgico, al garaje de la “trike”. Quédese allí por ahora y ya
veremos. O ya verás cuando, con otras señales, ahí estará esperándote.
Pero
no voy a eso. Voy a que toma una vida – y más, si más hubiera – ir encajando
los cambios y los amores. De éstos hay que, aun abollados, son como de acero
inoxidable. Y, para los que han ido resultando de paso, aunque varios años duren,
tienes Irene, de momento, la típica joven reacción algo alterada y el quizá
balance desdeñoso o negativo; pero luego, será mejor que queden las luces que
no las sombras.
Y
ya si eso, el tiempo, que algo nos madura a todos, te irá asentando, equilibrando
el análisis, para que tenga, en general, menos rigor.
Yo
que, como sabes, aun jugándomela estoy de tu parte, ya sé que voy a quererte
siempre. Incluso cuando te escaqueas.
❤
ResponderEliminar