domingo, 23 de agosto de 2020

A ojo de buen cubero

 

20 años hará que el caballete que te regalé, porque ibas a pintar (lienzos, útiles diversos, maletín de diseño), ha permanecido en el porche de casa.

Parecía un poco decepcionado por el efímero interés que recibió y la escasa duración de aquel amago de actividad aficionada. Yo lo dejé estar, que apenas ocupaba un sitio y al cabo más era ya elemento incorporado a la decoración que estorbillo a derogar, como ley obsoleta y caducada.

De cara hoy a zafarrancho próximo de pintores (qué coincidencia), lo he llevado, con paso nostálgico, al garaje de la “trike”. Quédese allí por ahora y ya veremos. O ya verás cuando, con otras señales, ahí estará esperándote.

 

Pero no voy a eso. Voy a que toma una vida – y más, si más hubiera – ir encajando los cambios y los amores. De éstos hay que, aun abollados, son como de acero inoxidable. Y, para los que han ido resultando de paso, aunque varios años duren, tienes Irene, de momento, la típica joven reacción algo alterada y el quizá balance desdeñoso o negativo; pero luego, será mejor que queden las luces que no las sombras.

Y ya si eso, el tiempo, que algo nos madura a todos, te irá asentando, equilibrando el análisis, para que tenga, en general, menos rigor.

Yo que, como sabes, aun jugándomela estoy de tu parte, ya sé que voy a quererte siempre. Incluso cuando te escaqueas.  

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