Pomposo sin remisión, creyendo (o simulando creer) que la referencia a Noruega ya vale, el lumbreras mayor del reino nos advierte del apocalipsis, y como si su "caudillaje" de volubles maneras resbalosas fuera a durar para siempre, ya está en el ordeno y mando de la gasolina, el diésel y el copón.
Los fabricantes de automóviles tendrán que afinar mucho, desde luego, porque los coches eléctricos todavía son una alternativa medio risible, quitando los modelos de precio estratosférico. Pero esa dinámica no surge por uno de esos decretos chorras que "el iluminado" se va sacando de la manga, inspirado por su personal fantasmagoría.
Faltan criterio y arte y ensayo, cuando se confunde un auto genuino, con su sonido de motor -- seductor o modesto que sea --, con su empuje vivaz, con su historia y su leyenda, intentando travestirlo de minipimer o de secador de pelo, pequeñito y portátil, para viajes.
Y sobra frescura, predicando sin dar trigo y subiéndote a un avión (que eso sí que gasta a chorros gasolina de lujo) que te lo pagamos los demás, para ir a comprar el pan a la tienda del olvido, zascandil.
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