Para ver los balandros vengo
al poblado de los pescadores,
con los recuerdos que siempre tengo,
de ilusiones y pormenores.
Irene y yo, paseando
por las deterioradas calles.
Ella, siempre preguntando;
yo, llevándola del talle.
Mirábamos los cangrejitos
en sus carreras por la arena,
por las maromas viejas, las rocas.
(Exclamaciones, risas y gritos:
tiempo sin penas.)
-- Tan sólo siete años pasados
del final de nuestra vieja guerra,
lo pusieron ahí; ahora sé
los misterios que el Tiempo encierra.
Ése que reza, medallón
de cerámica que véis,
es del Club Náutico blasón,
de 1946.
Velas plegadas. Los mástiles
como lanzas civilizadas.
(En el nuevo restaurante, al que voy por primera vez, me invitan a un canapé de algas. En un arriesgado brote aventurero, oso -- no sé por qué -- probarlo. Lo encuentro insípido. No comprendo la fascinación de Lolo.)
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