Cuando, con el mohín que le conozco, ligeramente eleva la
nariz de Cleopatra (que es uno de sus alias), ya sé que algo se trae entre
manos.
Por su parte, al observar que yo había puesto en marcha
el ventilador de las aspas náuticas durante el aperitivo, maniobró con
diplomacia y tanteó el terreno:
–
Vale, podemos dar, que ya he visto que tienes calor, un paseo que no sea largo
y, desde luego, tranquilo, como corresponde a tus calendarios. Pero este fin de semana no puedes decirme
que no salimos.
– De acuerdo –
asentí. (Cualquiera se niega: es su primera pasarela desde que luce las perlas
industriales y el resto del nuevo joyerío. Ya sabe que todos la admirarán y
querrán tomarle fotos, incluso “selfis”. Y yo no puedo discutir la evidencia de
su porte, de su éxito cuando se mueve, como dejando señales de su especial
categoría.)
Tú sabes el carácter que tiene; lo otro es que, aunque
sea inviable este cariño nuestro, de los tres, echamos de menos la piernita de
atrás.
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