Sin renunciar a los simbolismos clásicos y a los
ingredientes que caracterizan a este género de películas, la de ahora subraya
algunos tintes de parodia y algunos asomos de humor, logra cotas de
espectacularidad, de dinamismo, y resulta un entretenimiento de considerable
brillantez, compatible con su deliberado empeño de quedar muy en panoplia british.
La cosa son los estereotipos y así. En ese terreno, los
súbditos de la majestad graciosa esa tienen una habilidad innegable para
exponer los paradigmas de la casa (de la suya), en los cuales suelen combinarse
cierto estilo y cierta elegancia con un aire de sugerida superioridad casi
creíble y siempre menos “gloriosa” que la de sus eternos y displicentes,
despectivos rivales del otro lado del mar, según cruza Ud. el Canal de la
Mancha.
Torneos de pavos reales en los que el resto de Europa
pinta poco, si el arte de Italia tiende a vaporoso, el plomo de la seriedad
alemana es lo que es y los españoles siempre andamos en nuestro crisol feroz de
de autodestrucción y enconos, hasta el punto de que casi no se notan los
brumosos y ambiguos países restantes, claro que esto son ganas de simplificar,
pero no sé si me entienden.
“Kingsman” está bastante impregnada del barniz que
señalamos y, aunque decaiga algo en sus postreros lances, se deja ver, sobre
todo si Ud. es cinéfilo de “buen saque”, hace un viento de levante más que
mediano y ya ha pasado por la farmacia para renovar las existencias periódicas
y domésticas de Atacand y Simvastatina.
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