Tenía yo que haberte visto, en aquella encrucijada, con
los morenos celajes tenebrosos con los que ahora te deseo.
Sea en mi disculpa la premura, aquel inusual ámbito de
discoteca junto al aprendiz de río capitalino; la facilidad, y la fatalidad,
con las que iba a abducirme, algo después, la aparente serenidad nórdica y
solar de tu amiga.
Quiero imaginar la travesía contigo. Alimentar los
inútiles espejismos.
Es como una vana bandera de señales, esto que escribo y
no te haré llegar.
Porque por aquí, el ente acuático de condición que
entrelaza el arte y la fragilidad, y de tendencia frecuente a la contemplativa
dispersión y las ensoñaciones literarias, asume el precio costosísimo de su
inacción; y suele tropezar más de una vez en la misma alga.
Al menos aprendió pronto que la vida y el amor eran, ay,
cualquier cosa menos fáciles.
Fíjate.
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